Tiempo granulado
El
primer libro que he leído este verano, en mayor parte en el tren, es Autopsia, de Miguel Serrano Larraz. El libro, publicado por la selectiva
editorial Candaya, data el año 2013, y narra los recuerdos y pensamientos del
protagonista, un joven zaragozano, de un modo natural y realista.
¿Qué
me llevó a querer leer Autopsia?
Debo
decir que he cogido este libro con muchas más ganas que otros libros que haya
leído en los últimos diez meses. He terminado bachillerato con la sensación de
haber hecho bien las cosas, de haberle sacado partido a mis horas. El caso es
que durante el curso casi no he tenido tiempo para leer libros escogidos por
mí. Debido al programa de selectividad, he tenido que seguir muchas lecturas de
varias asignaturas a la vez, cosa que ya me ha costado bastante. Pero una vez
terminadas las pruebas de acceso a la universidad, pude coger Autopsia con la sensación de tener todo
el tiempo del mundo. ¡Fuera la sensación de obligación! A leer por amor, a leer
por gusto. ¡A leer porque sí, porque me da la gana!
También es importante el hecho de haber
conocido al autor, a Miguel Serrano. En algún punto del primer trimestre, mi
profesora de literatura castellana, Olga, vino muy contenta a clase y nos dijo “Tengo una sorpresa para vosotros.”
Poco antes de que “la sorpresa” llegara, nos dijo que se trataba de un
escritor, y que podríamos hablar con él. Me brillaron los ojos. De pronto, una
euforia atravesó mi cuerpo, y no pude dejar de sonreír para mí misma. Ya me han
dicho varias personas que veces me emociono “demasiado” para su gusto. ¿Pero
qué sería de mí sin la ilusión por las pequeñas cosas? ¿Se estará expandiendo
una indiferencia general entre los adolescentes?
Me importó poco que casi nadie compartiera
aquella sensación. Es curioso (o evidente que alguien ha estado huyendo de las
matemáticas) que en mi antigua clase, todos “de letras”, solo fuéramos dos
chicas las que nos interesamos por la escritura.
Bien. Punto y final. Como este es mi
blog fantasma, me he permitido hacer una introducción bastante personal y
quizás algo extensa. Ahora hablaré del libro.
No pienso comenzar este escrito del
modo típico. Así que empezaré por aquí:
Tenemos a dos Migueles. Por un lado, al Miguel escritor, tierno, dulce,
aparentemente o inicialmente tímido. Ha publicado tanto narrativa como poesía.
Este libro, Autopsia, ha sorprendido
a jóvenes y adultos, y ha lanzado al escritor zaragozano a la fama literaria.
Por otro lado tenemos al Miguel arrepentido y reflexivo, el protagonista de la
obra. Mientras uno va leyendo, es inevitable preguntarse qué grado de
realidad hay en la novela. Me gusta la
idea de que suceda esto. En un futuro, yo misma quiero ser escritora, y me
pregunto si mis lectores se preguntarán qué es real o no de mis novelas, y si
me juzgarán por ello.
El
Miguel de la obra va pasando, de capítulo en capítulo, por varios momentos de
su vida. Con el denominador común de la violencia, recorre su infancia (Laura
Buey), su adolescencia (palizas callejeras) y su llegada a la madurez
(muertes). Los capítulos no siguen un orden cronológico, sino que se van
alternando. Debo reconocer que al comenzar el libro me sentía un poco
desorientada, hasta que me introduje en la historia y empecé a reconocer a los
personajes.
El
estilo de Miguel Serrano es natural, espontáneo. La lectura es comparable
al propio pensamiento. Las palabras fluyen, caen, lo que hace que la lectura no
se vuelva tediosa. Da la sensación de estar en la mente de un hombre cuyas
ideas se entrecruzan. ¿Acaso nuestros pensamientos siguen un orden lógico o
lineal? Los recuerdos del protagonista se desglosan en la obra, y nos reta a
que sepamos relacionarlos y a encontrarles su punto común: la violencia.
Además de la naturalidad, me siento tentada a
describir la obra como hiperrealista. Sé que el término “hiperrealismo” se
aplica a la pintura por encima de todo. En este caso, la pintura es la imaginación,
pero el lienzo es la tierra, el mundo real. Pero, habiendo leído obras realistas,
Autopsia me parece dar un paso más
allá. Me ha dado la sensación de leer por primera vez un libro que parte de una
realidad más verídica que la realidad en la que creo vivir. Mi profesora de literatura siempre dice que la ficción siempre parte de la realidad.
Miguel Serrano ha inventado situaciones, nombres, datos en Autopsia. Basa este conjunto innovador en lo real, lo que me hace
pensar que el libro, hecho de papel, pone los pies en la tierra más que yo
misma, que soy de carne y hueso.
Aunque
en la contraportada está escrito que Miguel es “un joven obsesionado por una oscura acción de su pasado: el acoso a una
compañera de colegio, Laura Buey [...]”, no creo que ese sea el eje
central. Es más, lo más probable es que
no haya un eje central. Tampoco creo que la obra trate el arrepentimiento
de Miguel por haber hecho bullying a
una muchacha en la escuela, ni la importancia por haber sido golpeado por un
grupo de skinheads. Tampoco creo que
trate las emociones provocadas por la distanciación con sus padres, o por haber
cortado con su novia de toda la vida. Creo
que esta serie de situaciones son herramientas para un fin que ni el
mismo autor tenía claro al inicio de la redacción. No puedo adivinar el
objetivo de Autopsia, pero sí que
puedo hablar de la reacción que me
ha causado a mí; una simple estudiante con mucha vida y con mucha literatura
por delante. Miguel, la impresión que ha causado tu libro sobre una simple estudiante con mucha vida y con
mucha literatura por delante es esta: me gusta que no lo des todo masticado.
Vas dejando información. Un poco allí, un poco allá. Eres selectivo y gradual.
El lector debe estar atento, ligar cabos, pensar, recordar. Eso es exactamente
lo que has hecho tú mismo a lo largo de la redacción de tu obra: pensar y recordar. Te diría que también
inventar, pero digamos que el hecho de recordar ya tiene su punto de
imaginación. Por otro lado, has
apaciguado mi “miedo” a las descripciones, debido a haber leído en mayor parte
libros con diálogos constantes.
He de decir que el último capítulo, el 76
me ha hecho pensar en el paso del tiempo.
“Yo ya no soy ese niño sino el adulto que trata de
captar ese momento, de recordarlo o recuperarlo.” / “Todo se desvanece”.
También
he pensado en las muertes. En Sara Rodríguez, en Hans. En la cena de antiguos
alumnos y sus cambios. He recordado una escena real que viví, muy parecida a la
escena de la novela en la que, en aquella misma cena, uno de los ex alumnos
echa a llorar, y todas las mujeres se le acercan para consolarlo. He vuelto a
ver la hipocresía de aquellas personas que tratan de consolar a alguien
vulnerable por el mero hecho de ser consideradas “buenas personas”. Los consuelos
se reciben de la gente que te quiere. El que no te quiere, trata de convencerse
de que consolándote será mejor persona, pero eso solo acrecienta y alimenta su
egolatría.
En
menor grado, con la lectura de la última página, pienso en el karma, en la cosecha.
“Vuelven a pasar a nuestro lado y esta vez Pilar lanza
un codo hacia mí y me golpea en la espalda. No me hace daño, pero me siento
humillado, vulnerable.”
El elemento descriptivo, aunque pesado
en otras novelas que he leído, me parece
muy interesante en esta obra. Al principio debí desacostumbrarme de una lectura
llena de diálogos. Pero pronto descubrí que la descripción de situaciones
aparentemente triviales son los granos de arena del reloj del tiempo de Miguel.
Estas situaciones configuran el paso del tiempo del protagonista, y causan inquietudes y preguntas en el
lector. ¿Quién era exactamente la Niña Muelle? ¿A qué viene su nombre, y el de
Mensajero? ¿Llegó a creer Miguel a Juan Luis? Es más, ¿es Juan Luis el prototipo
del fracasado en la obra; mientras que Hans es el ganador glorificado? Miguel
sería el tipo que observa, recibe y vampiriza. ¿Hay un objetivo oculto en el
hecho de dar información inacabada? Me gustan las dudas, Miguel.
A
modo de breve conclusión, diré que este libro me ha aportado un mayor grado de
realismo en mi propio mundo real. Ha sido una buena lectura, una buena
experiencia que pienso repetir en unos años para comparar mis impresiones
actuales con las futuras.
Veo
que para ser un buen escritor, no es necesario maquillar las palabras ni hacer
que la lectura sea bella, sino que lo importante es que al abrir un libro, se
abran nuestras mentes.