viernes, 10 de junio de 2016

La edad media, de Leonardo Cano

La edad media: Hiperrealismo inverosímil Valle-inclanesco.

 Mérito. El hecho de compaginar tres tipologías de texto, con sus voces y sus estilos determinados a lo largo de toda la novela tiene mérito. El autor confecciona tres historias entrecruzadas a través del tiempo, usa un estilo característico –coloquial, desenfadado y agresivo–, y elementos como la prosa rítmica –figuras de repetición como el polisíndeton o la repetición de fragmentos a lo largo de la obra – y como la denominación de los personajes a través de iniciales, apellidos o sobrenombres. Se trata de una novela original desde varios puntos de vista: el modo de abordar los temas de un modo tajante, sin rodeos, sin censura y casi con rudeza, la estructura de las tres voces que casi interactúan entre ellas…


Si pudiera definir esta novela, diría que responde a algo así como al hiperrealismo inverosímil. Si bien son términos que contrastan, se le puede encontrar sentido a su unión. Aunque la narración y la descripción son minuciosas, aunque todo lo que se describe puede ser, desde un punto de vista objetivo, real (y puede ocurrir en la vida real, y ocurre),  los temas que se abordan en la novela se presentan hiperbólicos, exagerados. Quiero pensar que este hecho se debe, en gran parte, a mi perspectiva personal de lo que es la adolescencia. Nunca ha habido a mi alrededor una juventud con tanta tendencia al sexo duro, en especial al sexo oral gratuito –que por cierto, en la obra solo las chicas practican con toda predisposición–, a las violaciones sin repercusión ni a las grandes fiestas que destrozan las casas de los padres.


Esta distancia entre la juventud descrita en el libro y la que yo he visto, y junto a la que he crecido, me ha provocado una gran sensación de inverosimilitud. El libro muestra la peor parte de la juventud de los años noventa a través de la deformación de la realidad. Se presenta el sexo como algo sórdido, desnaturalizado y duro, como una herramienta para hacer daño a los demás y para controlar la situación: quizás un modo de sentir que se controla algo, ya que el futuro, que es lo que inquieta a los personajes en todo momento, es incontrolable.


Las conversaciones entre Nachito  –el coso– y Julia –la cosa– aportan dinamismo a la novela, pero pueden llegar a ser enervantes, del mismo modo que la denominación de los personajes, con sus iniciales, apellidos y sobrenombres. Las conversaciones de chat entre Julia e Ignacio son repetitivas, cursis, muestran una relación que siempre aspira a más pero que está totalmente estancada, siempre con sus besitos en la mejilla y planeando un futuro juntos que nunca llega.
Apelando al anteriormente mencionado sexo desnaturalizado y embrutecido, en esta novela es totalmente normal que una chica de dieciocho años se presente en un local a las tantas de la noche, sola, y que mantenga relaciones sexuales con un desconocido a los cinco minutos de haber entrado. También es normal la pederastia, el sexo desenfrenado en los baños de un instituto entre alumnos de dieciséis y diecisiete años. Todo es normal.

Esta visión tan distorsionada, tan deformada e incluso degradante de la juventud nos puede conducir a un estado de malestar que quizás forme parte de una estrategia, que quizás forme parte del objetivo del autor: suscitar emociones, aunque sean negativas. Una novela que es capaz de hacer sentir –ya sea alegría, diversión, o incluso aversión– no es cualquier novela, es arte. Estoy segura de que a través de la deformación de la realidad, que a través de la visión grotesca de la misma –en un marco hiperrealista, de nuevo –, el autor ha tratado de llegar a su esencia, con una clara influencia de la técnica del esperpento de Valle-Inclán:

María Rodríguez Gutiérrez



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