LA
INVASIÓN DE LOS ULTRAMIEDOS
María Rodríguez Gutiérrez
La
vida no era real, sino un sueño
(pg. 35), dice David Monteagudo en Invasión
(CANDAYA), su última novela.
David Monteagudo (1961),
originario de Lugo, se trasladó a Cataluña cuando era solo un niño, y allí
emprendió, en su madurez, su trayectoria
literaria. Desde el año dos mil nueve, el escritor ha publicado cuatro novelas
más, entre las cuales figura Fin, su
primer gran éxito, que fue llevado a la gran pantalla por Jorge Torregrossa.
En Invasión, Monteagudo nos presenta a García, un personaje con una
vida normal, incluso mediocre, que empieza a sufrir gradualmente alucinaciones
en que ve a gigantes, derivadas de, quizás, un brote esquizofrénico. El lector
no sabe si el protagonista se encuentra envuelto en una conspiración, o si todo
es producto de su imaginación; aunque desde un buen principio, esta última es
la interpretación que él mismo acepta, y a partir de la cual tratará de
solucionar su problema, con la ayuda de un psiquiatra y una medicación
recomendada por este. “La incapacidad para tolerar la ambigüedad es la raíz de todas las neurosis”, dijo Freud. Con esto procuro
expresar que ni siquiera sopesamos que
lo que le está ocurriendo a García pueda ser el resultado de las dos posibles
interpretaciones que he mencionado anteriormente. Para nosotros y nuestra
lógica, solo una es posible.
Una vez introducido el argumento,
me propongo desglosar la obra, ayudándome de las impresiones que me ha suscitado,
y de las preguntas que han ido surgiéndome a lo largo de la lectura.
La primera pregunta que me hice
fue: ¿Se siente este hombre pequeño? ¿Le falta seguridad a su vida? Hay que tener en cuenta que, pese a
tener una vida “fácil”, sin problemas de salud, económicos, etc., esta no es
del todo satisfactoria. Para empezar, García vive con Mara, una actriz de
teatro con quien ha mantenido una relación durante más de diez años. Pese a
compartir respeto y una buena coordinación en casa, ambos han perdido aquella
conexión que les caracterizaba hace unos años. Ambos han perdido el amor, la
luz. García ya no sigue la actividad de Mara como actriz, y Mara, en vez de
hablar con su pareja, prefiere mirar la televisión o dejarse entretener por su
teléfono móvil. No tienen hijos, la casa es de alquiler, no están casados. ¿Podría ser que, en su subconsciente,
como diría Freud, la falta de seguridad, de estabilidad, afecte a García más de
lo que él cree, y que ello derive en un hondo complejo de inferioridad, quizás
conectado al hecho de no sentir un especial vínculo con ningún ser humano?
¿Podemos pensar que García quiere, sin saberlo, tener amigos íntimos,
relaciones de empatía y de confianza, y además, quizás, un trabajo más dinámico?
¿Es posible que él quiera hacerse el fuerte cuando en realidad está pidiendo
ayuda a gritos, aun sin saberlo? Un
fragmento del libro puede ayudar a considerar esta idea: “Ya veo –dice Marqués- lo tuyo es el síndrome de Supermán. No creas,
es bueno tener fe en uno mismo, a base
de repetirse la misma cosa un montón de veces puede uno llegar a
creérsela. Lo que pasa es que a veces no
somos tan fuertes como nos pensamos. A lo mejor, todo esto que te pasa te está
avisando de que hay algo que no va bien, algo que tú has negado u ocultado, o
de lo que ni siquiera eres consciente” (pg. 27). En fragmentos como este,
Monteagudo presenta ideas relacionadas con la psicología psicoanalista, que
podemos relacionar con la realidad y la no realidad. Igual que nuestra mente
tiene diferentes “zonas ocultas”, por así decirlo, que guardan celosamente
nuestra verdad personal, la realidad del mundo tiene otras “zonas” que esconden
la verdadera realidad del mundo. Cito ahora la obra La vida es sueño de Calderón de la Barca, en que el protagonista no
sabe en qué “zona” se encuentra, si en la ficticia, la que parece ser real casi
todo el tiempo, o en la definitivamente auténtica.
Hablamos ahora de las
alucinaciones. Como ya he dicho, estas se incrementan de modo gradual. Al
principio de la obra, García, que está leyendo y tomando una cerveza en una
terraza, percibe a un transeúnte como a un gigante de tres metros. Sorprendido
e intranquilo por el hecho de que nadie lo haya visto, necesita un mes entero
para deshacerse de la angustia que aquel episodio le ha provocado. Cuando toda
ansiedad ha desaparecido, decide contárselo a Marqués, un compañero de trabajo,
a quien también explica su segunda alucinación: una pareja de gigantes que
pasea a un perro, un animal que le da miedo, también gigante, que se le acerca
y le echa el aliento. García percibe el calor y el olor del aliento del can con
mucha intensidad, y, como consecuencia, se queda paralizado. Al día siguiente,
se pone en contacto con el psiquiatra. Las alucinaciones se vuelven cada vez
más recurrentes, y son desencadenadas, a partir de aquí, por situaciones de
estrés, de prisa o de miedo. Me pregunté en ese momento de la obra, después de
la segunda alucinación, si el protagonista terminará viéndose a sí mismo como a
un gigante, expresando así el terror que le provoca su propio interior. Como
sabrá todo aquel que haya leído Invasión,
al final de la obra, García también pasa a ser un gigante, pero ello no expresa
el auto terror, sino más bien el
logro de sentirse uno más y de recuperar su seguridad en si mismo.
Un ejemplo de alucinación desencadenada por el
miedo es aquel en que Mara, con quien ha quedado para cenar con el objetivo de
explicarle todo lo que está ocurriendo, aparece como un gigante. Nada más
verla, aunque sin ser visto por ella, Mara le es percibida como un gigante, y
como consecuencia huye a un hotel para pasar la noche. Más adelante, el
protagonista se encontrará con jóvenes gigantes que salen de la escuela, con
compañeros de oficina gigantes, y, casi al final de la obra, con el cincuenta
por ciento de la población transformada en gigantes. Definamos ahora la palabra
alucinación: acto de alucinar, o sea, de creer tomar una cosa por otra –según
la RAE– , confundirse, desvariar. ¿Pero y si lo que queremos es adaptarlo a las
alucinaciones de García? Entonces definimos sus alucinaciones como una
distorsión de la realidad, como una deformación de la figura y talla de los
seres humanos. No puedo evitar mencionar Luces
de Bohemia de Valle Inclán, en que la figura del esperpento es el tema
esencial. No obstante, ¿esta deformación de la realidad que padece García,
tiene el objetivo de hacerle llegar a la verdadera realidad, igual que la
figura del esperpento; o, por otro lado, es solo un problema interno
relacionado con sus sinapsis neuronales?
Por otro lado, las alucinaciones
siempre se producen en la calle. ¿Por qué nunca en su casa, por qué nunca vio a
su pareja como a un gigante en casa? ¿Quizás es un símbolo de aquello que no
puede controlar, o de aquello que sabe no conocer completamente, igual que su
vida misma? García desea, en su fuero
interno, ser dueño de su vida, y por ello teme el descontrol, plasmado aquí con
el símbolo de la calle. Él, que lidia una dura batalla contra su desorden
mental, lucha por mantener su cordura, y es por eso por lo que está dispuesto a
ponerse en manos de un profesional; está decidido a controlar su miedo, a
adueñarse de su propia realidad.
¿A qué acude García para mejorar
su estado mental? Tenemos varios elementos. Para empezar, destaca la figura del
psiquiatra, quien, nada más conocer a García, transmite seguridad –aquello que tanto le
falta– , y buen humor. El despacho del médico está iluminado, y lo primero que
le dice es que en sus citas está prohibido pensar en las prisas. Esto nos dice
mucho de lo que necesita García: luz, esperanza, fuerza para salir de la
ofuscación que de apodera de él; ir sin prisas, no correr, no estresarse –lo
que le provoca alucinaciones–.
Por otro lado, es importante
también la figura de su tía abuela, una de aquellas personas enérgicas, siempre
dispuestas a ayudar. La mujer lo cuida durante unos días, y se cerciora de que
coma bien y descanse. El aire puro del pueblo, la comida sana, y la desconexión
del mundo real que supone devorar libros a diario, hacen que su estrés y sus
miedos desaparezcan. El efecto de las pastillas que le recetó el psiquiatra
parece surgir efecto, por lo que García siente que tiene fuerzas para volver al
mundo real, o a lo que parece serlo.
No creo que la figura de la tía
de García sea insustancial, nada lo es en este libro. Me atrevo a decir que
esta mujer representa un puerto seguro en la vida de García, representa aquello
que nunca se desmorona, aquello a lo que siente que puede acudir para
reponerse. Por tanto, durante los días en que está con ella, no ve ningún
gigante, pues no siente miedo, ansiedad, ni prisa.
Por otro lado, el padre de
García, de quien se nos dice muy poco, nunca se recuperó de una profunda
depresión, tal y como vemos en la conversación entre García y su tía. ¿Sería
muy desbaratado decir que, debido a esa depresión de la que tan poco sabemos,
García no disfrutara de la seguridad de un padre en su infancia, y que ello
desencadenara en una falta de seguridad en sí mismo durante su madurez? Asimismo,
percibimos su falta de confianza en sí mismo en actos tales como no saber arreglárselas para comprar un
billete de avión o para instalarse él mismo un televisor. Le falta el
componente de la independencia en algunas ocasiones, le falta convicción.
¿Y qué decir de Mara? El
psiquiatra nos hace entender, a través de las conclusiones de García, que Mara
puede ser el desencadenante de sus problemas mentales. El hombre empieza a oír,
cada vez con más frecuencia, alusiones a la altura o al tamaño en general, lo
que le hace pensar en sus alucinaciones. “Tu
mundo es demasiado pequeño”, le escribe Mara, antes de marcharse de casa.
Una vez comentadas algunas
figuras importantes de la obra, tenemos el papel que desempeña la medicación
que el psiquiatra receta a García. ¿Por qué esta relentece su organismo, pero,
por otro lado, no detiene sus alucinaciones? Si las pastillas no funcionaran en
absoluto, tampoco le provocarían efectos secundarios, así que no ponemos en
duda su eficacia. ¿Pero por qué no funcionan en él? ¿Es posible que ello
signifique que el problema es externo al hombre? Una vez más, Monteagudo nos
hace dudar de la raíz del problema. ¿Es él contra el mundo, o el mundo contra
él?
Otra cuestión es, ¿por qué hay
tantas reformas? Es cierto que parte de esas reformas son percibidas por todo
el mundo, pero para García, estas aumentan a diario, de un modo muy rápido. De
los edificios cuelgan los tubos amarillos, el color de la alerta, del peligro.
El mismo protagonista considera la idea de que su mente relacione las obras con
los gigantes, debido a la altura de los edificios y al largo de las hileras de
tubos amarillos. Pero las obras y reformas significan muchas más cosas, como el
cambio, el desmoronamiento, la rotura, la caída, el ruido, el desorden…muchas
de las cosas que padece el personaje. Monteagudo ha creado infinidad de símbolos
que poder relacionar con el protagonista.
En la oficina de su mediocre
empleo, las mesas están siendo substituidas por otras más altas a medida que
los trabajadores aparecen como gigantes. En la calle, los coches grandes, como
furgonetas y todoterrenos, proliferan como enormes insectos kafkianos que le
recuerdan constantemente que todo está aumentando de tamaño. En los
restaurantes, la gente elige los asientos más altos. En la ciudad, todo el
mundo está haciendo reformas, eliminando falsos techos, ampliando puertas. ¿Es
ello un símbolo del cambio del mundo, del cambio de las personas? ¿Teme el
protagonista quedarse atrás, sentirse solo, sentirse diferente, marginado?
Llegando ya al final de la obra,
la desesperación de García es marcada. Empieza a perder los estribos cuando, en
el trabajo, todo el mundo le trata de un modo diferente. Se ríen de él, lo
marginan. La mayoría son gigantes, buena parte del mundo ha cambiado ya, pero
él sigue siendo el mismo, y ello le provoca angustia. En la charcutería, en
donde se siente oprimido tanto física como mentalmente, los clientes y los
trabajadores son gigantes. El mismo mostrador es gigante, y nadie le ve, nadie
lo percibe. Mientras el mundo ha cambiado, él se ha quedado pequeño. Ya no hay
remedio, todo se ha descontrolado, ha sucumbido a las supuestas alucinaciones,
que en varios momentos había creído poder soportar. Su mundo ha sufrido una invasión cuyo desencadenante no han sido
unas vainas extraterrestres que convierten a las personas en seres sin
emociones, sino sus propios temores e inseguridades, que le han convertido a él
mismo en algo insignificante.
Después de haber pasado el estrés
más intenso que se describe en toda la obra, después de haberlo pasado más mal,
García vuelve a la normalidad. Sus tareas en la oficina son ahora más
importantes, gana más dinero, mejora su autoestima. Ha dado el salto de la
mediocridad a la notabilidad, ha pasado del aburrido gris al blanco, luminoso y
expandido. García ya no es un hombrecito en un mundo de gigantes, García es ahora un gigante, se ha incorporado
en el nuevo modo de vida, ha dejado atrás sus miedos e inseguridades. Las obras
han terminado, todo el mundo se muestra de nuevo amable con él.
Para concluir este escrito, no
puedo evitar decir que, a modo personal, me parece muy interesante el
psicoanálisis, y en general, los límites entre la ficción y la realidad. He
disfrutado muchísimo de esta lectura, en la que he apreciado tantas referencias
y símbolos. Quiero felicitar efusivamente a David Monteagudo por haber escrito una
obra tan rica que me ha dado tanto en qué pensar.
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